Perdí a mi musa entre la pluma y el papel.
Como todo puberto infatuado por feromonas, mi fuerza creadora -jocoso término- era nada más y nada menos que las féminas. Dediqué varios escritos en su honor -la mayoría de ellos, por cierto, han encontrado su destino ante la flama de un cerillo o un encendedor, acaso suprimidos del ciberespacio- y temo decir que todavía sigo siendo un romántico empedernido -eufemismo empleado para no decir: pinche cursi y meloso-. He intentado alejarme del enamoramiento como fuente principal de mis letras, porque, ciertamente, se puede llegar más allá sin tener que recurrir al mentado recurso tan trillado. Ahora, no me malinterpreten, no me puedo deshacer de mi condición romantique -soy un iluso o en palabras del viejo Carlin: debajo de todo cínico hay un idealista defraudado-, pero esto puede funcionar como complemento y no como fuerza creadora dominante. Quizá por eso últimamente no he publicado ningún escrito en Parvulus Somnium. Todo lo que tengo allí es de mi agrado, pero todavía no estoy satisfecho con todo -¿algún día lo estaré?-, son más que nada retazos y remedos de poemas, prosa o cuentos, en otras palabras: necesitan muchos arreglos para deslindarse de su melodrama.
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