Uno piensa en escribirle a ciertas personas. Bastante gusto me daría que fuese a puño y letra. El puño del remitente o la voz del interlocutor, hay tanta expectativa y promesa en ambos, un matiz de personalidad, un rasgo único y casi siempre inconfundible. Honestamente, me gustaría tener el tiempo y el vigor para comunicarme siempre por medio de cartas y hacer a un lado esta interfaz electrónica que me parece tan impersonal a pesar de ser tan práctica y que su presentación es superior a mi penosa caligrafía. No te equivoques, no soy de aquéllos que dicen odiar la tecnología, que todo estaría mejor sin ella. Para nada, me encanta la tecnología; encontraría bastante mediocre de mi parte no darle uso cuando sé que me ha sacado y me seguirá sacando de varios aprietos. También he podido conocer a un par de personas entrañables que viven lejos de aquí y jamás hubiese sabido de su existencia sino fuese gracias a ella. ¡Cómo olvidar la música! Ah, de no ser por los avances yo no podría escuchar música en todo lugar y a toda hora, no podría acompañar una buena lectura con un poco de Chopin o escuchar a Pink Floyd mientras manejo mi motocicleta. En fin, a lo que me refiero, sin dar más rodeos, es que prefiero ya no depender, o, más bien, ya no abusar de ella.
Me sorprende lo torpes que somos, batallando para hacer cualquier menester que nada tenga que ver con la tecnología. Quizá sea mi imaginación, mi constante paranoia, pero paulatinamente me doy cuenta que ya pocas personas saben bailar, pintar, cantar, esculpir, recitar, escribir y la lista de actividades deliciosas que se van perdiendo crece en demasia. La mente humana ya le está encontrando forma al pensamiento: ideas cuadradas, pensamientos cuadrados.
Ahora uno está a la expectativa de ceros y unos. A través de toda esa red que sólo me puedo imaginar -no necesariamente como lo han mostrado en películas- veo cómo viajan miles de datos a una velocidad que la mente humana no puede ni concebir y el resultado se refleja en unas cuantas variaciones de colores. Es como si pudiesemos ver el funcionamiento de un ojo mamífero, es como un ojo viendo a otro, supongo.
Así estaba a la espera de que cinco letras con todo y su letrero colorido apareciesen en mi monitor. La espera rindió cuentas pues, mientras tocaba la guitarra, viendo hacia el monitor, aparecieron por fin. Una señal de que ella -tú- estaba detrás de otro aparato, ese otro ojo cuya función es similar al mío. Mi última oportunidad para decirle unas cuantas palabras antes de emprender mi viaje o quizá, incluso, verla en persona para desearle lo mejor en las vísperas.
Un hola, sin respuesta, dos minutos y otro letrero anunciando la retirada. Lástima, no pude verte antes de emprender mi viaje y está bien, el tiempo no ha sido el apropiado.
Quisiera escribirte una carta, no, varias cartas -aunque suene de lo más bizarro- si tú quieres. No que las contestes pero sí que las leas, ¿esto pudiese ser un inicio? Lo ignoro, pero sé que a pesar de que yo me tomé la molestia de acomodar estas palabras sé que siguen siendo un tanto impersonales, porque yo no tracé su trayectoría, no les di la vida como yo quisiese. ¿Qué quiero lograr con esto? No lo sé y no me da miedo, ni pena decirlo. No tengo miedo ya a actuar, ésa es la verdad. Hágase tu voluntad.